18 jul 2010

Érase una vez un lagarto (Viaje en blanco y azul)





Érase una vez un lagarto pequeño. A ese lagarto sólo le gustaba el sol y la siesta. Se pasaba el día entero haciendo siesta y disfrutando del sol. Sin embargo, cuando se hacía de noche, se levantaba para maldecir el frío, la oscuridad de la noche y la luz de la luna. El pequeño lagarto deseaba el calor del sol, la luz del sol, sol y más sol. Siesta y más siesta. No entendía que el sol tenía que desaparecer simplemente porque le tocaba a la luna brillar. No lo entendía, y le daba rabia, mucha rabia. Hasta que un día su abuelo le preguntó: ¿Me podrías decir por qué siempre te enfadas cuando se hace de noche? Por supuesto, el pequeño no sabía qué era lo que le daba tanta rabia, por eso contestó: ¡No aguanto a la luna! ¡Es fea! ¡Y la odio! Entonces el viejo sabio le preguntó: ¿Sabes adónde va el sol cuando aparece la luna? El pequeño contestó: ¡Sí que lo sé! ¡Se va lejos de mí! ¡Me deja solo! ¡Me abandona! Y tengo mucho frío cuando no está. Su abuelo, cogiendo al pequeño en sus brazos, le dijo: Te voy a contar un secreto, pero tienes que prometerme que no se lo contarás a nadie. El pequeño, a quien, aparte de la siesta y del sol, lo que más le gustaba eran los secretos, prometió no decir nada a nadie. Entonces el abuelo le susurró al oído: El sol se va de vacaciones y luego vuelve con más calor para compartir contigo. El pequeño se quedó mudo. Nunca se le había ocurrido que el sol necesitara vacaciones. ¡Vacaciones en la luna!

A partir de ese día, el lagartito no pasó frío nunca más. Cuando miraba la luna, se alegraba de que el sol estuviera allí, de vacaciones. Le deseaba un buen viaje al sol y disfrutaba de la luz de la luna mientras iba haciendo sus tareas.


Este cuento forma parte del libro Viaje en blanco y azul
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